Sólo hasta hace unos meses me enteré de que Gabriel García Márquez había trabajado como reportero en Caracas, Venezuela, a finales de los años 50. Algunas de sus crónicas y reportajes periodísticos fueron compilados en un libro que se titula “Cuando era feliz e indocumentado” , y que si no fuera por dos amigos periodistas venezolanos, quizás ni me habría enterado que existía. Uno de ellos me prestó su atesorada edición, medio descuadernada y con las hojas amarillentas, y en ella pude descubrir la Venezuela que Gabo conoció.

Entre sus crónicas están retratados los líderes políticos exiliados, los extranjeros refugiados clandestinos y un clero revoltoso que repartía en misa panfletos contra el gobierno de turno. Está la inverosímil y afortunada historia de una comunidad que logró traer ampolletas de suero desde Nueva York, Miami y Maracaibo en pocas horas, para evitar que un solo niño muriera contagiado de rabia. Gabo dejó retratada a la ciudad que aspiraba a gran capital, pero que casi se muere de sed y desesperación porque se quedó varios días sin agua. Y escribió -para mí la mejor crónica de todas- sobre la Venezuela que acogía y expulsaba (casi al mismo tiempo) a miles de inmigrantes italianos, portugueses, españoles, que también construyeron lo que hoy es este país, que ha recibido, con gusto pero con temor, a tantos y tan variados extranjeros.

Ese fue el país que Gabo conoció a sus 30 años, como colombiano, como periodista, y en donde aparentemente fue feliz e indocumentado, si le creemos al título. Yo me he encontrado con otro país, también soy colombiana, no hace mucho cumplí 30 y desde hace un mes, llegué a trabajar como periodista en Venezuela. Intento entender la coyuntura actual, documentarme lo mejor que pueda, patear tanta calle como sea posible y luego escribir algo coherente sobre ella, aunque no tenga la pluma de Gabo. Aún estoy esperando que el gobierno me de mi visa de trabajo. Mientras tanto, seré feliz e indocumentada.

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marzo 29, 2013 · 12:03 am

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